Nos rondaba la incertidumbre este Viernes Santo a la hora de procesionar a hombros a Nuestra Señora de los Dolores por las calles y plazas del casco viejo de Xàtiva, como lo ha venido haciendo desde el siglo XVIII, pero ésta, al igual que las nubes y el viento que amenazaban en la plaza de Calixto III al inicio de la procesión general del Santo Entierro, se fue desvaneciendo, con la confianza en nuestra Cofradía, la Fe en que la Virgen Dolorosa proveería y la decidida y valiente implicación de jóvenes nuevos portadores y portadoras que ayudaron a los ya veteranos y veteranas, entre los que se contaban varias bajas circunstanciales este año.
Montamos barras tras la celebración del tradicional Vía Crucis en nuestra sede de la iglesia de la Virgen del Carmen y acudimos a la plaza de la Seu, acompañados de la banda de tambores de la Cofradía, para esperar el inicio de la procesión en nuestro lugar tradicional, frente a la calle por la que tantos años vinimos desde la iglesia agustina que nos vio nacer.
Iniciamos la procesión y paso a paso, entre calles y plazas, con algún transcurrir tal vez demasiado ajustado en los primeros giros al afrontar las calles de Abad Pla, San Vicente, Bruns y en Segurana, los portadores y portadoras se fueron creciendo con la aportación de los jóvenes cofrades que no dudaron ni un minuto cuando se les pidió que se cogieran a las barras para llevar en volandas a su Madre Dolorosa.
Este es camino para los próximos años, todos a una. Nos falló desde el principio la iluminación del grupo escultórico por causas ajenas a la voluntad de la Cofradía. Se intentó solucionar, pero no fue posible. Compensó que el rostro excepcional de desconsuelo que Esteve Bonet le esculpió a la Madre en 1795 brillaba de forma especial y puntual, ante quien de verdad quería verlo y pedirle su callado ruego, a la luz de la luna nueva de Xàtiva y al pasar ante la serena luz de las farolas de la vieja ciudad milenaria.
La confianza recuperada, el silencio respetuoso, las miradas de complicidad bajo los rostros cubiertos, la tradicional reverencia de los mayores levantándose de los asientos al paso de Nuestro Señor rendido en el regazo de la Madre….paso a paso, izquierda-derecha, la Virgen camina al son del tambor… la temida subida de otros años de Pintor Rusinyol, y esta vez sin detenerse hasta la calle del Ángel.
Montcada, Sant Francesc, la Bassa… hasta la plaça de Sant Jaume….y giramos. Empiezan “a picar” los hombros, pero se aguanta, y volvemos hacía la Colegiata. La siempre difícil curva de la plaça de Santa Tecla, marcada por la orografía de la calle y que hace exhalar algunos suspiros, sobre todo en las barras izquierdas, hay que agachar y adaptar el cuerpo,…pero adelante.
Y al llegar a la plaza, con las monumentales portadas de la Colegiata y el Hospital Mayor iluminadas, celebramos que llegamos, y con ánimo, y mecemos a la Madre y al Hijo, adelante y atrás, con el redoble de los tambores dolorosos.
La gente aplaude y afrontamos el último giro para volver a nuestra sede, contentos y contentas, satisfechos y satisfechas, orgullosos y orgullosas, con la esperanza confirmada que el futuro de esta Cofradía y centenaria tradición dolorosa está en las manos de la Madre y de la voluntad inquebrantable de todos los cofrades y cofradesas que no dejan de acompañarla, de tocar el tambor, de llevar los pendones, la matraca y las muletas, de ejercer de camareras y de, este Viernes Santo, sumarse decididos y decididas a las barras aún en circunstancias a veces extrañas como las que deparó este año el caprichoso calendario. Mater Dolorosísima, gracias por hacernos dignos de procesionarte un año más y hasta el año que viene.
Xàtiva, Viernes Santo, 25 de marzo de 2016.
Antonio Martín Llinares
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