LA PERFECCIÓN DEL ROSTRO DE LA DOLOROSA DE ESTEVE BONET
Antonio Martín Llinares
Uno de los detalles más interesantes que cabía descubrir tras la reciente restauración de la imagen de Nuestra Señora de los Dolores de Xàtiva, llevada a cabo por profesionales, era confirmar el estado de las partes originales del escultor José Esteve Bonet (1741-1802) en el grupo escultórico que reconstruyeron los imagineros de Valencia Román y Salvador en 1948, tras la bárbara destrucción de la imagen el 28 de julio de 1936 frente al antiguo convento de los agustinos. El rostro de la vírgen, tras una exhaustiva limpieza de capas de innumerables repintes aplicados a través de los años, ha recuperado la policromía del año 1948, como el resto de la imagen. Desconocemos el estado en que el rostro, tras ser salvado, llegó a las manos de los imagineros que lo insertaron en el nuevo grupo, así como la mano izquierda, la corona, el puñal, los faroles, el manto y otros ornamentos. Pero la bella factura del rostro, su expresión, el modelado de los cabellos, las cejas y pestañas, la nariz o la dentadura delatan la huella del genial imaginero valenciano. Igual sucede con el fino detalle de las uñas de la mano original que la restauración ha sacado a la luz. De la Vírgen de los Dolores de Esteve Bonet (1795), los críticos de arte indicaban que pertenecía al denominado “cuarto estilo, el de perfección” (al igual que los santos Vicente Ferrer y Vicente mártir, de la basílica de la Vírgen de los Desamparados de Valencia). Caracterizada por la calidad y la técnica escultórica más lograda, destacaban en el grupo el gesto de silencioso dolor de la madre, la actitud rendida del Hijo, con el cuerpo muerto y la faz que parecía más dormida que muerta, así como las dos figuras de los ángeles niños que reflejaban intensos sentimientos de emoción con diferente matiz.
El esplendor barroco. Cuando se ha tenido el privilegio de sacar a hombros desde muy joven, la imagen de nuestra señora de los dolores de Xàtiva por la puerta barroca de su tradicional sede en la iglesia del convento de los agustinos, es fácil sumergirse en el esplendor de la antigua iglesia barroca, antes de la desamortización del convento y la destrucción de 1936. Y en ese escenario, desde su altar en el crucero, en el lado del evangelio, con el retablo perdido que también diseñó Esteve Bonet en 1798, se puede evocar la imagen en penumbra, avanzando a paso, rítmicamente por la nave central la tarde de Viernes Santo. El rostro de extremo dolor de la madre impresiona, mirando a las oscuras bóvedas en las que los velones reflejan la sombra alargada de la cruz. Sobrecoge el silencio con que la imagen franquea lentamente, a hombros de sus cofrades de antiguas vestas negras, la alta puerta de sillares y se dirige hacia la iglesia del convento de los franciscanos para iniciar la procesión general. Y al regresar a la sede, entre parada y parada, como contaba en una crónica de los años 50 del siglo pasado en la revista Pasión el presidente de la cofradía, Juan Momblanch; «sobre los hombros de tus hijos penitentes, caminas hacia tu sede por las casi oscuras callejuelas, y al pasar por un portal un suspiro se oye, una anciana que se asoma, una lágrima que brota: ha pasado un año más. Y allí queda la anciana, con sus manos unidas ante el pecho, húmedos los ojos. Y con un temblor en sus labios va diciendo mientras vas: Haz Madre mía, que te vea, siquiera un año más».
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